Socialismo o Comunismo: ¿qué es lo que?
Categoria: Opinión 0 ComentariosSin duda, sigue habiendo una confusión –incluso masiva- sobre socialismo y comunismo. Y eso está determinado –lamentablemente- porque la mayoría de nuestro pueblo no ha tenido acceso permanente al estudio de las doctrinas del pensamiento social que proporciona una concepción materialista de la historia y hace decidirse por un destino plenamente consciente. Sin embargo, eso no es lo decisivo. Este papel le corresponde a la lucha de clases, que es la locomotora de la historia donde, entre otras cosas, hay que reconocer la importancia del partido, de la política, de la organización natural de las masas y de la ideología.
El proletariado más avanzado –en materia doctrinaria o ideológica- de la Europa de comienzo del siglo XX era, sin duda alguna, el alemán y fue incapaz de batirse hasta el final por el triunfo de la revolución, aun cuando al lado ya el proletariado ruso estaba en el poder político dando el ejemplo, o evitar, años después, el triunfo del nazismo del señor Hitler aunque con tiempo fue denunciada su atrocidad por el psicoanalista Reich Wilhelm y los jefes comunistas no quisieron prestarle atención. Marx y Engels, hace 159 años, nos aportaron la definición más científica, revolucionaria y dialéctica de socialismo y comunismo, teniendo al primero como la primera fase del segundo. En el “Manifiesto Comunista”, en “La crítica al programa de Gotha” y en “Del socialismo utópico al socialismo científico”, hay suficientes elementos para tener una claridad de concepto sobre la materia.
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Lo que anteriormente digo es para tener un fundamento que sirva de interpretación a lo que a continuación se expone sobre esa enorme confusión que existe –incluso en personas muy instruidas- sobre el socialismo y el comunismo. Es realmente una anécdota lo que voy a contar, pero que no deja de contener una riqueza de contenido para la enseñanza y para el esclarecimiento de las ideas y, especialmente, en este tiempo de globalización capitalista salvaje en que se nos ha dicho ha llegado el fin de las ideologías, y lo que existe es una calurosa y definitiva batalla de las ideas y en que, por otro lado, .el socialismo anda de boca en boca en los partidarios y en los adversarios de él y, aunque nos parezca paradójico o extraño, quienes creen ahora que más saben de socialismo son de éste sus más enconados enemigos.
Un alto oficial de la Fuerza Armada venezolana, aun cuando se han producido cambios importantes dentro de su concepción y que ahora está bastante alejada de lo que antes era, gustaba sentar a gente de pueblo frente a su escritorio para convencerla de lo que no debían hacer y de lo que sí debían hacer. Sobre su escritorio solía colocar algunos libros, incluso uno que otro de nuestra escritura, donde se destacaba “Clamores de nuevo amanecer”, un texto que combina la imaginación con la realidad para avalar –poéticamente como dicen algunos que lo han leído- el pensamiento y la lucha por un mundo nuevo posible, que empiece a consolidarse en el socialismo andando hacia la conquista de la fase propiamente dicha comunista, en que se aplique el principio de cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades. Un texto, así lo creemos, que por vez primera inserta en sus páginas el derecho de los niños a gobernar el mundo y hacer sus guerras de paz con soldados de golosinas, como también se destacan los derechos de los ‘locos’ y de los pájaros. Cosas de ‘locos’ ciertamente.
Lo cierto es que el alto oficial, sin mezquindad alguna y sin nada que merezcamos el elogio, reconocía que “Clamores de nuevo amanecer” era una hermosa filosofía, pero sus autores estaban “locos”, porque andaban en eso de organizar y preparar a campesinos para que defendieran la patria de los invasores, y que eso era obra exclusiva de la Fuerza Armada. Hasta ese límite, sin que estemos de acuerdo con esa idea, se pudiera respetar lo expuesto por el alto oficial.
Pero sus argumentos no se quedaban en el límite de esa frontera cerrada. Iban más allá, y es cuando entraba –sin desmeritarlo en nada- en el laberinto platónico de la enorme confusión entre socialismo y comunismo. Cosa por cierto no extraña, porque actualmente hay dirigentes destacados del proceso bolivariano que sostienen ser socialista pero no comunista.
El alto oficial que venimos citando, decía a los presentes ante su vista –refiriéndose a un grupo de camaradas-: “No anden con esa gente, no se reúnan con esa gente, no le agarren línea a esa gente, esa gente es comunista y nosotros somos socialista. El comunismo es malo, el socialismo sí es bueno”.
Sin embargo, ese no es el único caso de contradicción entre socialismo y comunismo. Por algo Marx y Engels no titularon El Manifiesto de socialista sino de Comunista. En el reciente finalizado evento del Partido Comunista hizo uso de la palabra un evangélico convicto y confeso no sólo para reafirmar su creencia cristiana, sino también su convicción de creer en el comunismo aunque los comunistas no crean en el evangelio. No nos olvidemos que en España, por ejemplo, habían –no sé si aún existan- socialistas que no creían en Dios pero sí en la virgen María, la madre de Jesús. El mismo Presidente, Hugo Chávez Frías, expresa siempre que es un cristiano que cree en el socialismo y hasta recomienda leer a Marx, a Engels, a Lenin y a Trotsky.
Ahora lo importante es que Camilo Torres Restrepo nos dijo hace años que entre cristianos y comunistas no había contradicción, porque el deber de los primeros –también de los segundos- es hacer la revolución, porque la redención es común, es una imperiosa necesidad igual para todos los explotados y oprimidos en este mundo. Estamos viviendo la era de la no exclusión por diferencias que no sean de principio, ya que la globalización capitalista salvaje no tiene en sus planes tratar bien a los cristianos carentes de medios de producción para enfilar sus baterías contra los comunistas o socialistas; no hace diferencias entre los millones de millones de hombres y mujeres que vegetamos en la miseria económica -seamos católicos, musulmanes, budistas, judíos, socialistas, comunistas, cristianos, apostólicos o romanos-, porque tiene por principio incrementarnos la pobreza y alargarnos el sufrimiento hasta el límite en que se burla, con descaro y cinismo, de nuestros dolores, y éstos son precisamente las libertades que nos faltan por conquistar.
Si bien es imprescindible una ideología homogénea, una doctrina que nos sirva de método o guía para nuestros análisis políticos de la situación internacional y nacional, hacer un análisis correcto de la correlación de fuerzas y para trazarnos una estrategia y una táctica, no nos andemos echando tiros porque unos digan que son socialistas pero no comunistas, y éstos digan que todo comunista tiene necesariamente que ser socialista. Tampoco, ¡he allí el deber de un marxista!, debe dejarse de lado el problema ideológico, la reflexión ideológica y doctrinaria buscando siempre la homogeneidad para contrarrestar con éxito todo eclecticismo que levante su bandera (que no es chicha ni limonada) y quiera dictar el destino haciéndonos ver un gato por una liebre o una liebre por un ratón.
En el ardor de los debates, de las polémicas, de los diálogos y de las reflexiones –sin descalificar a nadie ni tener que inventarle a nadie lo que no piensa ni es- es mucho lo que se avanza en materia ideológica, y así lo han demostrado los procesos revolucionarios. La globalización capitalista salvaje siempre tiene por norte dividirnos con el cuento ideológico de que sus adversarios –sean socialistas o comunistas- odian y matan a los religiosos, a los que no creen fervientemente en la doctrina de Marx y se aprovechan de aquellos para conquistar el poder e implantar el comunismo. No creamos en cuentos de camino que distorsionan la verdad.
Repitamos con Camilo Torres Restrepo: “El deber de todo cristiano es hacer la revolución”. Repitamos con Marx: “El deber de todo comunista o de todo proletario es hacer la revolución”. En ese andar del primer camino y la primera meta –que es tomar el poder político- no vale la pena matarnos, los explotados y oprimidos, a cuchillo limpio por ese cuento que si se es socialista no se puede ser cristiano o si se es católico no se puede marchar junto al ateo alegándoles que no hay causa común entre ellos. Eso es falso de toda falsedad. En el andar del segundo camino –transición del capitalismo al socialismo- son muchísimas las cosas que unen a los explotados y oprimidos para hacer que los elementos socialistas se impongan definitivamente sobre los capitalistas. En el tercer camino –socialismo propiamente dicho- no sólo desaparecen todas las contradicciones sociales antagónicas, sino también la mayoría de las diferencias que existen en el seno de la sociedad. Y en el cuarto camino –comunismo en su fase superior-, una guará: llegaremos a ese hermosísimo principio humanístico de cada uno según su capacidad y a cada uno según su necesidad.
Por: Freddy Yépez
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