Los Militantes  

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Figura curiosa y muy presente en nuestro mundo la de un “militante revolucionario”. Ahora, alguien se ha preguntado ¿por qué hay “militantes revolucionarios”?, ¿cómo se forjó esta raza de gentes?, ¿de dónde salen estas personas que parecen religiosos que cambiaron la sotana por un blue geen y el silencio místico por el grito del manifestante?. Para algunos es un ser raro, para otros lo más común. Para unos un estúpido, una lacra a evitar, para otros un ídolo y un ejemplo. Para el que lo es, pues es su vida y nada más, algunos pretenden medallas, otros viven su militancia con mucha mayor paz sin otra búsqueda que la de su propia realización humana. Lo que sí es muy seguro es que son o somos muy pocos los que nos preguntamos ¿Dé dónde salió y para dónde va este ser tan particular?

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    Pero empecemos por poner las cosas en orden. Los o las militantes son seres atados a una cotidianidad muy especial. Siempre una reunión aquí y allá, un día en la mañana, otro día en la tarde, muy comúnmente en la noche. Pendiente que se tiene un contacto importante a hacer con alguien, una movilización en perspectiva, temprano recibe una llamada por teléfono y es convocado a una asamblea. Al rato recuerda un libro o al menos un documento por leer, otro por escribir, o una pancarta, o un mural, o un reparto de periódico, cuando menos unos volantes, por hacer. Otro telefonazo una noticia buena, otra común y otra mala. Hay por lo general un viaje por hacer o se viaja comunicándose por los correos y páginas de Internet. Ve la agenda y se recuerda de la reunión urgente para planificar otro foro, otra asamblea, otra movilización, otro taller, una reunión nacional, otra local…y siempre o casi siempre se atravesará la vida necesaria del trabajo, las responsabilidades de familia. O no, muchas veces pelando y desempleado, abandonado sin mujer u hombre, sin familia que lo o la quiera. Sucumbiendo fácilmente a un café o al laxo mundo de los alcoholes para hablar de política, establecer las diferencias y la crítica a cercanos y lejanos, amigos y enemigos, hacer diagnósticos relajados y prever nuevas estrategias y alianzas. Si es clandestino todo esto discurrirá entre el silencio y el escondite, si hay la suerte o la decisión de no tener que serlo pues será muy evidente. Descubriéndose, enmascarándose, expresivo o invisible, en la tierra propia o forzado a estar lejos de ella, casi siempre habrá un deseo y un amor atravesado…y vuelve la mañana, aunque no siempre, porque pasa también que el juego de la vida y la muerte ya no le dio más mañana.

    Con todos sus matices, así transcurre la vida del militante en la Venezuela y el planeta que conocemos. A veces sometido a la marginalidad de no ser más que una ultraminoría dentro del zoológico social y el circo de las ideas políticas dominantes, a veces en el climax del reconocimiento y el poder en cualquier forma. Su aventura es como salir del primer escenario y entrar al otro, realizando los ideales nunca traicionándolos. Puede ser entonces una militancia con las puertas abiertas, o una militancia que no ve luz entre puertas y ventanas, marginado, seguido o perseguido. Pero pasa muchas veces que la militancia se tuerce, desesperada y desesperanzada porque el mundo no cambia, las solidaridades no funcionan, se ritualizan las rebeldías, los cambios toman las formas de un nuevo monstruo institucionalizado, se desmoronan sueños; en medio de estos ciclos tan comunes al mundo se probará cada quien hasta donde llega y hasta donde no. Si de verdad se tuerce las alternativas de la moderación política o el abandono de los que serán acusados como viejos y absurdos sueños, será la manera de mitigar la vergüenza. Acotemos también que por todo militante también sonará el zumbido permanente del mal, las ansias de poder y riqueza que no respetan principios, convertir la fuerza humana que le rodea en un escalón de poder personal, privilegios y sometimientos, demagogia, narcisismo y mentira. Nueva prueba, una y otra vez para este curioso ser; ángeles y diablos libran su combate dentro de él; a cada quien le tocará elegir su camino.

    El militante vive y es un inmenso monumento ético encarnado, forjado en su compromiso de lucha por el bien común y la liberación de la vida ante toda forma de sometimiento. Uno y otro militante, decidirá en algún momento dedicar toda, parte o gran parte de su vida a ese combate donde ya no caben intereses, el único interés es el interés de la humanidad entera, así su partida no sea más que un grito de rebeldía contra los tantos sometimientos que lo rodean en su mundo particular, su vida, su patria. Por ello mismo será un ser acompañado permanentemente por una marea de palabras, teorías y opiniones derivadas de una cantidad de otras bocas y cabezas, y serán estas palabras lo que le den el toque decisivo del rumbo a tomar, la decisión a defender, la voluntad colectiva en la cual participar. Discursos que por lo general se recogen de afuera, de un entorno, una situación, una organización, un guía, un líder, para luego convertirse en agenda de acción. Sólo si es muy afortunado se tendrá la dicha de moldear estas palabras decisivas con criterios finales forjados dentro del alma ya socializada que creció dentro de él o de ella.

    Pero, ¿será posible que esta raza humana nacida de la política y el deseo indestructible de manejar nuestro destino, termine por desaparecer? La militancia o el militante revolucionario nació en los rincones de los campos y las fábricas por allá en el siglo XIX, pero llegó a consolidarse como un ser más de este mundo una vez que se formaron esas raras invenciones llamadas partidos obreros, sindicatos de lucha, movimientos sociales, independentistas, socialistas, comunistas o libertarios a lo largo del siglo XX. Fue desde esas organizaciones que todo lo querían cambiar combatidas por los capitalistas y políticos que todo lo querían conservar, donde consolidó su presencia y se multiplicó por el mundo. Nació con las revoluciones democráticas y proletarias, junto al advenimiento de la política como asunto fundamental a la vida social. Pero serán quizás las antiguas milicias y guerrillas populares tantas veces formadas contra tanta forma de esclavitud que ha habido en la historia, el antecedente inmediato de esta raza. De allí que la palabra “militante” tendrá siempre su raíz asociada al nombre del “miliciano” y su lenguaje como su acción estarán estructurados en códigos guerreros; la guerra a muerte contra la opresión y el opresor. Agreguemos que para hacer posible su nacimiento, al menos en el mundo occidental, hará falta el decaimiento de la mística religiosa, de la vida atada al ritual religioso y la esperanza de un cielo bendito y placentero vendido por esta; a su vez reemplazado por una nueva mística guiada por la esperanza de lograr la felicidad colectiva en este mismo mundo. Una nueva ética –o una nueva religión como dirá Mariátegui- conducida por la pasión a lo inmortal del ser humano que es su posibilidad de libertad y su capacidad de creación, nació y se encarnó en el siglo pasado en la figura del militante.

    Sin embargo, la militancia también tiene su historia. No es lo mismo un militante obrero de principios del siglo XX, un militante de cualquier partido comunista veinte años después, un militante de las luchas de liberación contra el colonialismo en Africa y Asia, un militante de los movimientos juveniles de la rebelión de los sesenta, un militante de los ejércitos guerrilleros de la América de los sesenta, los setenta, los ochenta, de la Colombia de hoy, o un militante del movimiento antiglobal de hoy, de los movimiento sociales nuestramericanos, de la resistencia Irakí, de la resistencia en Chiapas o en Oaxaca o de la Venezuela bolivariana. No es tampoco lo mismo un militante que cargue en su memoria y piel todo un acumulado de años y hasta décadas de militancia, trayendo consigo toda la metamorfosis del “modo de ser militante” donde tanto han cambiado las formas de lucha, las formas de organización, los lenguajes y las verdades que se defienden, a un joven que hoy apenas comienza a sentir por dentro como se le van metiendo ese fuego ¿maldito y/o bendito? del ser militante asumiendo los primeros y respectivos compromisos. Los partidos, su razón de ser, sus formatos orgánicos, sus teorías, sus prácticas, decaen rodeados de incredulidad. Ya nadie quiere sentirse “representado” por otro, eso ya no funciona, se sabe que es una terrible trampa burguesa que le costó el fracaso a un siglo entero de revoluciones. A la par, surgen uno tras otro movimientos queriendo reemplazar en la forma de grandes conjuntos abiertos y horizontales, el viejo caparazón de los partidos de cualquier signo y época…vivirá o podrá reproducirse si no cae en la trampa de creerse representativo de nada sino de su propia voluntad, su lucha, su creación. Su lucha ya no es por el poder constituido es por la liberación de esos viejos poderes que conocemos, es una verdadera lucha política frente a los poderes dominados enteramente por el capital y la economía. Por tanto, ya no se cree en el estado, ni en la burocracia aunque se necesite y en el fondo a muchos les siga gustando. Los libros que antes daban la verdad última de toda revolución y todo acto militante, también envejecen impotentes ante un mundo que se conserva más allá de las verdades inapelables expuestas por ellos. Esa vieja militancia bíblica y librezca, o al menos panfletaria y programática, ahora es reemplazada por la lucha de cada quien por lo suyo, obligada por ello mismo a moverse en un gran dilema ¿para qué y por quién lucho?, ¿por mí, por mi clase, por mi patria, por la humanidad entera?

    Ese es el dilema de una militancia que, finalizando el siglo anterior y comenzado este siglo, se ha transformado en una profunda crisis de la propia condición militante. La metamorfosis de los tiempos obligan al militante a rendirse; las voces del ocaso le dicen ya no hay nada que hacer, los fuertes han vencido, cuando mucho redúcete a ti mismo y a tus propios y quizás nobles intereses, lo otro es una locura inútil. Dilema perfectamente entendido por burgueses y burócratas que muy temprano se percataron que en medio de ese dilema hay “una militancia comprable” y hasta “mercantilizable”. Es decir, se puede comprar a un militante sin obligarlo en apariencia a que abandone su juramento ético y de vida, su cotidianidad “militante”. Se le compra por medio de prebendas, de subsidios, de becas; todo un universo de contratos que gira alrededor de los mercados financieros de las ONG’s, redes religiosas, Banco Mundial, Interamericano, instituciones sociales, etc., para que desahogue sus ansias de justicia. Eso sí “te quedas en lo tuyo, en tu tristeza por los pobres, los hambrientos, los enfermos, los explotados, los torturados, si eres o has sido parte de ellos, mucho mejor; mucho mejor que seas negro, indígena, multicultural, esto me encanta porque además me legitima”. Lo único inaceptable es que se diga NO, que se reafirme que “lucharé todo lo que sea por aquello que me duele a mí y a los míos, por cualquier causa de justicia con la cual me identifique, pero nada hago si esa lucha no la trasformo en una lucha por toda la humanidad, en una lucha contra todo lo que nos explota y domina, en una lucha por la igualdad de todos los seres humanos, en una lucha de todos y por todos los parias de la tierra”. Ese militante ya no es comprable, ese es un terrorista.

    En Venezuela ese mismo dilema se reproduce por igual pero de manera muy especial. La diferencia es que aquí “los y las militantes” han tomado fuerza, su lucha ha sido exitosa, han ganado espacio y poder, pero eso no quiere decir que se haya triunfado. Muy lejos de ello, aún le queda un largo espacio a este mercado financiero de la mercadería militante para neutralizar las energías del que busca emanciparse y que ellas mismas jueguen a favor de su enemigo. Y hay algo que favorece todavía más al mercader. Aquí no hace falta acudir a los mercados internacionales, el propio mercado nacional manejado por la burocracia, utilizando los abundantes billetes del estado, podrá jugar ese papel. El único problema de este mercado es que no puede equivocarse, tiene que ser muy sutil, su lenguaje tiene que confundirse con el de los parias militantes, tiene que hablar en sus mismos códigos, en muchos casos hasta tiene que mimetizarse con sus luchas y su voluntad de poder. Es una burocracia en perfecto conocimiento que su poder depende exclusivamente del apoyo de esa extensa militancia que ha producido la revolución bolivariana. Y mientras no llegue a un acuerdo firme con los imperialistas del norte y los burgueses nacionales, no tendrá salida. Le toca ser entonces una especie de “Banco Mundial de izquierda” a escala nacional y sumamente benévolo. Y reconocemos que en este aspecto no lo ha hecho mal. Mucho más cuando es conciente de su fragilidad dentro de la situación histórica que vivimos y le da espacio de poder a esa misma militancia poniéndola junto a sí misma. Aunque últimamente se nota que esto es lo que más le cuesta, una y otra vez vemos como salen expulsados, acusados y humillados los mejores camaradas de los cenáculos dirigentes. Cuando mucho y a unos pocos, ahora los prefieren de “asesores”. Error estúpido que cometen. En todo caso, las consecuencias están claras, ha nacido en Venezuela una militancia de foros, marchas, declaraciones y espectáculos, reducida a sentirse parte de una revolución donde nada de importante decide, obligada a callar (“tácticamente”, dicen) las verdades más duras y que no gustan a los poderes decisivos. Verdades que a veces dicen “señor esto es un engaño”! … ¿Cómo?... ¿Qué ha dicho usted?!...silencio…El PSUV desgraciadamente será un monumental lugar de control y reajuntamiento permanente de dicha militancia oscurecida, neutralizando a su vez otro conjunto mayor, mucho mayor, mucho más ingenuo y sin lugar entre los pasillos palaciegos.

    Pero bueno, sea lo que sea, aquí o en cualquier parte del planeta, la militancia al desmoronarse sueños gigantescos, al sentirse traicionada por pensadores, dirigentes y organizaciones que juraron abnegación a las luchas de los pueblos, al ver como crece sin detenimiento el monstruo imperial y neoliberal, vive un dilema durísimo pero a la vez fabuloso. Si esta raza no quiere morir, se niega a no dejar morir la pasión libertaria que la mueve, siente que quizás hoy mas que nunca tiene todo sentido conservar y reproducir la naturaleza tan ética como política, tan mística como científica, tan pacífica como guerrera, de la que se nutre esta raza, entonces tendrá que aprender a renacer. Pero cuidado, conciente que ahora sí le toca decidir por sí misma y hacerse a sí misma, ya no hay nadie que la guíe y la represente. A todo riesgo, le toca tomar sus decisiones y generar los procesos y sucesos que nos den la prueba de posibilidad de la derrota del opresor. Le toca hacerse de su propia ciencia para fortalecer principios, construir caminos y pegar duro. La política se ha convertido en una ciencia militante, es decir, en una ciencia del pueblo y exclusivamente de él. El resto de los poderes constituidos ya no hacen política, simplemente administran los flujos humanos y de capital. También toca “liberar la política” de toda la basura que quedó de los sueños derrotados y abrirla hacia esferas de la vida nunca pensadas. Si todo se ha hecho capital, si a todo convierten en mercancía, pues la pelea habrá que darla en todos lados, en todos los espacios, oficios y haceres del hombre. Maravilloso momento entonces para que esta raza se recomponga y renazca desde hechos insólitos, tan divinos y creadores como la bandera libertaria que esta en toda su historia, por la que tantos dieron su vida y tantos pueblos gozaron al menos un momento de profunda felicidad.

    Roland Denis
    jansamcar@yahoo.com

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