Días de Tele  

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El acelerado desarrollo de las tecnologías apresura las nostalgias. Woody Allen magistralmente las maneja en su película “Días de radio”, porque sabe que el hombre necesita ejercitar su memoria afectiva para reconocerse vivo y vivido. La emoción de recordar personajes públicos pasados es un ardid del pensamiento que convoca a la sonrisa, al sentido de pertenencia, a la melancolía, a la necesaria mitología heroica y hasta al amor. Eso es la historia.

Nuestra lista pública de recuerdos, para quienes hemos transitado los cambios de la televisión venezolana, aquella que llegó impregnada de sabor cubano y, más tarde, mexicano y luego casi tomó totalmente la forma y el contenido de los “enlatados” del norte, está impregnada por los mismos aires. Las elocuentes y extraordinarias actuaciones de actores y actrices como Doris Wells, José Bardina, Héctor Mayerston, José Torres, Marina Baura, Lupita Ferrer, Rafael Briceño, Luis Gerardo Tovar, Pierina España, Martín Lantigua, Edmundo Valdemar, Elianta Cruz, Ivonne Attas, Oscar Martínez, Tomás Henriquez, y muchos otros con los que llenaríamos estas páginas; de animadores como Víctor Saume, Renny Ottolina, Amador Bendayán, Henry Altuve y otro largo etcétera, unos descuidadamente vivos y otros descuidadamente muertos, nos permiten la evocación, nos permiten enlazar la ficción que creaban a través de sus personajes con las realidades políticas, sociales, económicas del país, pero indispensable el enlace afectivo que producían en el cotidiano pueblerino de barriadas y poblaciones nacionales.

Habría que considerar, en estos tiempos, con las inversiones en cirugías estéticas, silocone y plástica, cuanto ha sido invadido el colectivo venezolano con el pensamiento dolarizado de Baywatch, Falcon Crest, la TV por cable y todas las series maimeras, pues pagan ahora altas sumas de dinero en potentes tetas, labios carnosos, bíceps atléticos, nalgas portentosas de negras fieras y negros marinos de las costas caribeñas, intentando apoderarse de la belleza eterna a través de las riesgosas cirugías. Sigue leyendo: Días de Tele... La distorsión nace con el concepto que maneje el dueño(s) del medio, llámese TV, radio, publicidad, Internet, que si para algo sirven es para crear vínculos entre unos y otros. Vínculos acertados o negativos según los contextos, pero siempre aprovechables indefectiblemente por los mercantilistas asociados a él.

Alienante o no, que es discusión para otro comentario, la televisión permite que el imaginario se mueva y se retroalimente como un ciclo acuático de aguas que van del río al mar. El mar entra con su corriente, para que el río la dispare con la de él. Energías de distinto peso, considerando sales y minerales, pero que en definitiva marcan el proceso natural de la vida. Nuestras ideas se modifican de la misma forma que se modifica el pensamiento colectivo. El devenir es la consecuencia de ese movimiento de pensamientos y ahí siguen las imágenes que lo acompañan para construir la historia; la TV es parte de ella, así como en el cuento de Allen, la radio es parte de la suya.

Esto lo saben los dueños de los medios, en definitiva pagan asesores para que estudien esos asuntos: la semiótica, estructura de la imagen, lenguajes visuales, etc. Lo tienen tan claro, que cada vez pretenden invertir menos en producción y más en espectros tecnológicos, para que sus programas y productos de consumo masivo, lleguen a la mayor cantidad de personas y valga la redundancia. La calidad no importa, importa el consumo de mensajes y productos y por eso nuestra televisión es tan mala.

Durante mis 22 años de trabajo en la tele, escuché muchas veces los no rotundos ante la calidad de una propuesta por ser sus costos elevados o de no importancia para la “razón” mercantil de la empresa y más si se trataba de series históricas, semblanzas añejas o personajes de nuestra importancia social, cultural o política. Porque el rating marca la pauta. Se supone que la elección o no del público por un programa varía la dinámica conceptual del canal y, esto, significa tomarlo verdaderamente en cuenta. Mas no es así. El cambio proviene de la pérdida económica. Que gane el otro canal significa descontrol de la capacidad de venta. Significa pérdida de mercado. Y con esto sobreviene la debacle: Actores despedidos, escritores prescindibles, dialoguistas echados, técnicos puestos en merma, directores aleccionados, productores angustiados por su seguridad laboral, etc. He visto actores suplicando el no despido, pasando hambre, viviendo en pensiones olvidadas, a pesar de los días de gloria. Si removemos esos recuerdos seguro encontramos una lista más o menos numerosa y, lo peor, es que muchos de ellos hoy defienden la permanencia del canal de Barcenas sin entender, a pesar de los avatares, que todos los que laboran en un canal de televisión son mercancía. Sirven mientras se vende, luego son despojos. Operación simple, de facto. Es lo que hace el capitalismo con la mano de obra.

Para que no se promueva la sospecha, salí del mundo de la tele por mis propios pies, aun cuando confieso que me hace mucha falta. Escribir personajes es la más extraordinaria experiencia que puedo contar. Meterse en el universo de otro es como trastocar esas sales minerales que contiene el mar y que consume el río para luego expulsarlas, en este caso se expulsan en palabras. Entonces, por eso veo en Granier a uno de esos personajes que yo misma le construí para sus producciones: inteligente, culto, audaz, rico, capacitado para producir grandes cantidades de dinero. Habla algunos idiomas, se maneja en el mundo de las finanzas, comparte con inversionistas de todas las latitudes, mantiene el vínculo Bottome-Boulton-Fells y, una capacidad más interesante, conoce la profunda relación que existe entre los humanos a través de su imaginario, ¡oh, cultura!; sabe de la necesidad que tienen los individuos de conservar el universo afectivo local, si no se pierden, si no divagan, si no se mueren. Esto lo saben Granier y sus asesores y, por ello, apela en este momento a esa necesidad. La falta de argumento legal lo obliga a recurrir al elemento afectivo. Promuevo, remuevo el afecto, las emociones y espero. El 28 de mayo se verá el resultado.

La opinática del canal 2 avanza en este sentido. ¡Cómo cierran un canal, mi canal! ¡Tiene 50 años estando conmigo en mi cocina, en mi cuarto, en mis sueños, en mis peleas, en la elección de mis zapatos, de mis trajes, de mis palabras! ¿Qué hago ahora sin mi canal, sin mis nueve de la noche, sin mi Observador, sin mi llanto de la 1? ¡El canal 2 soy yo!

Granier sabe eso, sabe que el argumento correcto, la verdad, se debilita ante la emoción. Y la verdad es que Nadie le está quitando nada. El Estado retoma lo que de él es responsabilidad. Allí está el asunto, allí está lo importante, el concepto y el espíritu de la medida.

Ahora bien, con esta verdad sobreviene un problema: ¿Qué ofreceremos ahora que tenemos un canal más para el pueblo venezolano? ¿Cómo se abordará el cambio? Aún no se siente la alternativa, no se promueve la alternativa. Las experiencias de VTV y Vive son insuficientes en este sentido. Televisión anclada en conceptos periodísticos y pedagógicos antiguos, que no compiten con la efectividad que se comprueba en la programación de derecha. Barita mágica que hay que estudiar. Y no hablo de las personas que bregan día a día por tratar de hacerlo mejor, hablo de los conceptos, hablo de las ideas, de la creatividad. La televisión no es la escuela. Es un espacio de entretenimiento, donde se ficciona, se recrea, se debate la realidad, pero no es la realidad misma. Por esto no puede encerrarse dentro de paradigmas pedagógicos. La televisión es magia, igual que el teatro, igual que el arte, es creatividad cotidiana, es interpretación creativa de lo que vivimos, no periodismo. Ella lo contiene, pero no es sólo información.

La imperiosa necesidad de defender el proceso, nos ha colocado en la disyuntiva de cómo hacer nacer la televisión socialista. ¡Atención! Nadie puede hacer televisión sin saber de ella. Y la realidad es que hasta hoy la tele sigue siendo mercantilista, capitalista. Del Estado o no, en un sistema social como el nuestro, necesita vender para mantenerse. Ahí está el meollo del asunto. Ella necesita programación que venda y entonces entra el tema de la publicidad y la programación supeditada a ella. Pueden cambiar los términos, pero el conflicto sigue siendo el mismo. Aunque el anunciante sea sólo el Estado. No podemos perder la oportunidad de abrir el debate y entender que no bastan las buenas intenciones. Una televisión de calidad necesita el concurso de muchos, jamás podremos construir una nueva imagen de la tele socialista y comprometida, encerrados en salones ejecutivos, con aire acondicionado y canapés a media mañana, porque la TV es la calle, el colectivo y la creatividad.

Marianella Yanes Oliveros/ Periodista Venezolana

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